La insulina es la hormona más importante en la regulación de nuestro metabolismo energético. Para que los diferentes nutrientes de nuestra alimentación puedan ser utilizados como energía por nuestras células, es necesario la acción de esta hormona. Su función es la de favorecer la incorporación de glucosa de la sangre hacia las células. Y es imprescindible para nuestra vida, sin la insulina se produce un aumento de la glucosa en sangre (principal alimento de nuestras células) pero como no puede entrar dentro de las células, éstas se mueren de hambre, esto es lo que ocurre en la enfermedad conocida como diabetes mellitus.
Sabemos que la insulina es la gran controladora de la utilización, distribución y almacenamiento de la energía. Y si valoramos que la obesidad se produce por un desequilibrio energético de nuestro organismo queda claro el papel fundamental que tiene esta hormona en la génesis de la obesidad. De hecho es la principal hormona reguladora de la lipogénesis, es decir, formadora de grasa. Y por lo tanto, dejando previamente claro que es imprescindible para vivir, podemos afirmar que “la insulina es la hormona que engorda”.
Se fabrica por las células beta de nuestro páncreas y es segregada cuando el nivel de glucosa en sangre se eleva después de las comidas. Es la responsable de utilizar este exceso de azúcar, inicialmente como consumo inmediato de energía por nuestras células, y lo que no puede ser consumido en el momento intentará almacenarlo, primero como glucógeno en nuestro hígado y en nuestros músculos para un posterior consumo rápido, pero como este almacén es muy limitado, todo lo demás lo transformará en grasa cuya capacidad de almacenamiento es ilimitada, claramente demostrable en las obesidades mórbidas.
Además, como el efecto de la insulina en nuestro torrente sanguíneo supone una disminución de los niveles de azúcar, esto produce un aumento del apetito y explica un segundo mecanismo de producción del sobrepeso.
La mejor expresión de todo esto que estamos contando es el denominado síndrome cardiometabólico o insulinoresistencia que supone la asociación de diabetes, hipertensión arterial, colesterol elevado y obesidad (sobre todo de tipo abdominal) y las personas que lo padecen (cada vez más en la población actual) tiene más riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares. En esta personas se produce una resistencia al funcionamiento normal de insulina y por ello tienen que segregar más cantidad de insulina para mantener normal su glucosa en sangre, y al final se produce un aumento de los niveles de insulina en sangre que se conoce como hiperinsulinismo. Y esto lleva a las cuatro complicaciones del síndrome:
1. Termina agotando la reserva pancreática de insulina produciendo la diabetes.
2. Se produce una elevación del colesterol y los triglicéridos.
3. Aumenta la retención agua y sal produciendo hipertensión arterial.
4. Se favorece la lipogénesis (formación de grasa) y con ella la obesidad.
Con todo lo comentado podemos deducir que para solucionar el problema del sobrepeso y la obesidad tenemos que mantener controlada la insulina de nuestro organismo. Y para ello podemos utilizar la selección de los alimentos que estimulen menos la secreción de insulina y la distribución adecuada la toma de alimentos. Pero estas explicaciones tendremos que tratarlas en posteriores artículos.
Sabemos que la insulina es la gran controladora de la utilización, distribución y almacenamiento de la energía. Y si valoramos que la obesidad se produce por un desequilibrio energético de nuestro organismo queda claro el papel fundamental que tiene esta hormona en la génesis de la obesidad. De hecho es la principal hormona reguladora de la lipogénesis, es decir, formadora de grasa. Y por lo tanto, dejando previamente claro que es imprescindible para vivir, podemos afirmar que “la insulina es la hormona que engorda”.
Se fabrica por las células beta de nuestro páncreas y es segregada cuando el nivel de glucosa en sangre se eleva después de las comidas. Es la responsable de utilizar este exceso de azúcar, inicialmente como consumo inmediato de energía por nuestras células, y lo que no puede ser consumido en el momento intentará almacenarlo, primero como glucógeno en nuestro hígado y en nuestros músculos para un posterior consumo rápido, pero como este almacén es muy limitado, todo lo demás lo transformará en grasa cuya capacidad de almacenamiento es ilimitada, claramente demostrable en las obesidades mórbidas.
Además, como el efecto de la insulina en nuestro torrente sanguíneo supone una disminución de los niveles de azúcar, esto produce un aumento del apetito y explica un segundo mecanismo de producción del sobrepeso.
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1. Termina agotando la reserva pancreática de insulina produciendo la diabetes.
2. Se produce una elevación del colesterol y los triglicéridos.
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4. Se favorece la lipogénesis (formación de grasa) y con ella la obesidad.
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