No existe el gordito feliz, mucho menos cuando se trata de asistir a entrevistas de trabajo, pulcramente vestidos pero con decenas de kilos de peso destrozando cualquier buena presentación.
--No, terrible, hay muchísima discriminación. Esa fue una de las cosas claves por las que decidí ponerme a dieta, porque iba a las entrevistas y no me llamaban, y no me llamaban. Hubo una muy clara, para una empresa farmacéutica, como representante médico. A mí no me interesa esa área de la química, pero como no tenía nada, yo iba a todas. Hacía todas las entrevistas. Esa empresa está en el World Trade Center. Me acicalé bien, fui de trajecito y todo. A llegar me dieron la solicitud, salió la entrevistadora y no me recibió, de plano. Nada más me vio, y fuum, me barrió de arriba para abajo, y me dijo "no, no te puedo hacer la entrevista". Le pregunté, por qué no. "Es que en el anuncio decía buena presentación", respondió. Y yo: "pero vengo de traje". "No", me dijo, "no te puedo atender". Era más que obvia la razón: el sobrepeso. Igual en otro lado. Y en otro y en otro.
Una vez fui a hacer otra entrevista donde tampoco me aceptaron. Reunía todos los requisitos. Todo iba bien, pero al final el entrevistador me empezó a preguntar cosas como: "Dígame, y de su vida qué cosas quisiera mejorar". E inconscientemente, o más bien muy consiente uno trata de evitar el tema del peso. Uno piensa, no pues el idioma, tal vez. Mejorar el inglés. O sea, uno le da la vuelta. Y yo sabía que era con respecto a la gordura. Hasta que fue directo y me preguntó: "Qué piensas hacer con tu peso". Y sí me dijo, "es algo difícil, realmente. Mira, aquí no te podemos contratar". Y me advirtió: "creo que muy pocos lugares lo harían". Pues sí.
--Cómo saliste ese día de ahí.
--Mal.
--¿Deprimido?
Preocupado, muy preocupado. Y sí, inmensamente triste, tan triste como nunca jamás. Ese día, como ningún otro, llegué a la conclusión de que no existe el gordito feliz; es una farsa.
--No, terrible, hay muchísima discriminación. Esa fue una de las cosas claves por las que decidí ponerme a dieta, porque iba a las entrevistas y no me llamaban, y no me llamaban. Hubo una muy clara, para una empresa farmacéutica, como representante médico. A mí no me interesa esa área de la química, pero como no tenía nada, yo iba a todas. Hacía todas las entrevistas. Esa empresa está en el World Trade Center. Me acicalé bien, fui de trajecito y todo. A llegar me dieron la solicitud, salió la entrevistadora y no me recibió, de plano. Nada más me vio, y fuum, me barrió de arriba para abajo, y me dijo "no, no te puedo hacer la entrevista". Le pregunté, por qué no. "Es que en el anuncio decía buena presentación", respondió. Y yo: "pero vengo de traje". "No", me dijo, "no te puedo atender". Era más que obvia la razón: el sobrepeso. Igual en otro lado. Y en otro y en otro.
Una vez fui a hacer otra entrevista donde tampoco me aceptaron. Reunía todos los requisitos. Todo iba bien, pero al final el entrevistador me empezó a preguntar cosas como: "Dígame, y de su vida qué cosas quisiera mejorar". E inconscientemente, o más bien muy consiente uno trata de evitar el tema del peso. Uno piensa, no pues el idioma, tal vez. Mejorar el inglés. O sea, uno le da la vuelta. Y yo sabía que era con respecto a la gordura. Hasta que fue directo y me preguntó: "Qué piensas hacer con tu peso". Y sí me dijo, "es algo difícil, realmente. Mira, aquí no te podemos contratar". Y me advirtió: "creo que muy pocos lugares lo harían". Pues sí.
--Cómo saliste ese día de ahí.
--Mal.
--¿Deprimido?
Preocupado, muy preocupado. Y sí, inmensamente triste, tan triste como nunca jamás. Ese día, como ningún otro, llegué a la conclusión de que no existe el gordito feliz; es una farsa.
Fuente.- excelsior.com.mx
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