Cuando Anne Moyer le dijo en Navidad de 2010 a su mejor amiga, Diane Ritchie, que iba a bajar de peso, esta respondió educadamente: “Bien por ti. Tendrás que contarme cómo resulta”.
Ritchie había escuchado esto antes. De hecho, veía en el espejo que la historia de su amiga era similar a la suya: empezar y abandonar dietas, con poco éxito.
Las amas de casa entablaron amistad cuando fueron vecinas en 2006. Tres años después Ritchie se mudó, pero mantuvieron contacto telefónico.
Después de colgar el teléfono, Ritchie volvió a llamar a Moyer: “Lo haré contigo. Voy a comenzar el mismo día que tú”, recuerda haberle dicho.
Comenzaron el 6 de enero de 2011. Moyer pesaba 152 kilogramos y usaba pantalones talla 47. Ritchie pesaba 119 kilogramos y era talla 41.
Se apoyaron entre sí como “promotoras” a larga distancia y el primer año perdieron más de 90 kilogramos.
Ritchie, de 38 años, dice que era robusta en la preparatoria, mientras que Moyer, de 42 años, fue talla promedio hasta aproximadamente los 20 años. Ambas dijeron que su peso se disparó después de su primer embarazo.
“Me divertí mucho de los 20 a los 40 años y simplemente no puse atención. Antes de darme cuenta, ya pesaba mucho”, dice Ritchie.
Moyer cuenta algo similar. “Subí algunos kilos, luego bajé algunos, pero no bajaba todos. Luego subía más de lo que había bajado. Subía y subía… y después simplemente decidí: ‘Bueno, esta soy yo. Soy talla extra’”.
Moyer sudaba simplemente al caminar de la entrada de su casa hasta el automóvil. Si iba a uno de los eventos deportivos de sus hijos, lo veía desde el coche porque la distancia hacia el campo era demasiada.
Para Ritchie, arreglarse para funciones militares con su esposo era una tortura. Agonizaba por decidir qué ponerse, y necesitaba que su esposo sostuviera su mano mientras lloraba cuando se vestía.
En 2010, Moyer desarrolló apnea del sueño, un trastorno asociado con la obesidad en el que la respiración en la noche comienza y se detiene. Estaba cansada todo el tiempo, a menudo se dormía en el día y roncaba tan fuertemente que su esposo tuvo que dormir en el sillón muchas noches.
“Pensé: ‘Dios, todas las cosas que ya no puedo hacer, y ahora ni siquiera puedo dormir’”, dice.
En ese momento fue cuando llamó a Ritchie y acordaron comenzar en el año nuevo.
Moyer utilizó la aplicación para iPhone, MyFitness Pal, que calcula cuántas calorías debe consumir una persona según cuánto peso quiere perder por semana y 'regala' calorías cuando te ejercitas. Moyer se permitía comer frutas y pan, pero dejó el refresco y la harina enriquecida.
Durante el primer año, registró los datos de todo lo que comió en la aplicación.
Ritchie siguió la Dieta South Beach; se deshizo de toda la harina enriquecida y el alcohol en casa; cambió a granos enteros y documentó en un diario todas sus comidas y los pesajes que hacía dos veces a la semana durante los primeros ocho meses.
Establecieron metas que pensaban que podían alcanzar. Ritchie buscaba pesar menos de 90 kilogramos y Moyer quería dormir en la noche.
“Fue como dejar las drogas”, dice Moyer. “Dolores de cabeza. Literalmente temblaba. El primer par de semanas fueron una tortura absoluta”.
Una vez que se ajustaron a los nuevos planes de comida, comenzaron a pensar en ejercitarse. Ambas eran realistas sobre lo que podrían manejar. Empezaron caminando algunas calles.
“Cuando fui por primera vez al gimnasio, solo podía hacer 10 minutos de elíptica”, dice Moyer. “Gradualmente añadí algo a ese tiempo. Luego fui a mi primera clase en grupo, algo de los cual estaba totalmente aterrorizada. Constantemente intentaba impulsarme a hacer algo durante más tiempo o con más fuerza”.
Eventualmente las mujeres corrían y se ejercitaban regularmente en máquinas y en clases. Moyer necesitó bajar 34 kilogramos para dejar de roncar.
Algunos no las apoyaban. Ritchie los llamaba “saboteadores”: amigos con sobrepeso que intentaban tentarla para que comiera “una mordida” de pastel, o la hacían sentir mal por pasar sus mañanas en el gimnasio en lugar de ir a desayunar con ellos.
Durante el primer mes, hablaban por teléfono tres veces al día. En los próximos meses, comentaban los pesajes que hacían dos veces a la semana y se llamaban cuando necesitaban desahogarse o habían descuidado sus dietas. Cuando viajaban para verse, se maravillaban por cuánto peso había perdido la otra.
Ritchie se mudó de nuevo y ahora son vecinas otra vez. Se ejercitan juntas la mayoría de las mañanas, entrenan para carreras, toman clases de Zumba, abdominales, glúteos y entrenamiento con pesas. Más de 127 kilogramos después, aún se llaman cuando recaen.
Ritchie había escuchado esto antes. De hecho, veía en el espejo que la historia de su amiga era similar a la suya: empezar y abandonar dietas, con poco éxito.
Las amas de casa entablaron amistad cuando fueron vecinas en 2006. Tres años después Ritchie se mudó, pero mantuvieron contacto telefónico.
Después de colgar el teléfono, Ritchie volvió a llamar a Moyer: “Lo haré contigo. Voy a comenzar el mismo día que tú”, recuerda haberle dicho.
Comenzaron el 6 de enero de 2011. Moyer pesaba 152 kilogramos y usaba pantalones talla 47. Ritchie pesaba 119 kilogramos y era talla 41.
Se apoyaron entre sí como “promotoras” a larga distancia y el primer año perdieron más de 90 kilogramos.
Ritchie, de 38 años, dice que era robusta en la preparatoria, mientras que Moyer, de 42 años, fue talla promedio hasta aproximadamente los 20 años. Ambas dijeron que su peso se disparó después de su primer embarazo.
“Me divertí mucho de los 20 a los 40 años y simplemente no puse atención. Antes de darme cuenta, ya pesaba mucho”, dice Ritchie.
Moyer cuenta algo similar. “Subí algunos kilos, luego bajé algunos, pero no bajaba todos. Luego subía más de lo que había bajado. Subía y subía… y después simplemente decidí: ‘Bueno, esta soy yo. Soy talla extra’”.
Moyer sudaba simplemente al caminar de la entrada de su casa hasta el automóvil. Si iba a uno de los eventos deportivos de sus hijos, lo veía desde el coche porque la distancia hacia el campo era demasiada.
Para Ritchie, arreglarse para funciones militares con su esposo era una tortura. Agonizaba por decidir qué ponerse, y necesitaba que su esposo sostuviera su mano mientras lloraba cuando se vestía.
En 2010, Moyer desarrolló apnea del sueño, un trastorno asociado con la obesidad en el que la respiración en la noche comienza y se detiene. Estaba cansada todo el tiempo, a menudo se dormía en el día y roncaba tan fuertemente que su esposo tuvo que dormir en el sillón muchas noches.
“Pensé: ‘Dios, todas las cosas que ya no puedo hacer, y ahora ni siquiera puedo dormir’”, dice.
En ese momento fue cuando llamó a Ritchie y acordaron comenzar en el año nuevo.
Moyer utilizó la aplicación para iPhone, MyFitness Pal, que calcula cuántas calorías debe consumir una persona según cuánto peso quiere perder por semana y 'regala' calorías cuando te ejercitas. Moyer se permitía comer frutas y pan, pero dejó el refresco y la harina enriquecida.
Durante el primer año, registró los datos de todo lo que comió en la aplicación.
Ritchie siguió la Dieta South Beach; se deshizo de toda la harina enriquecida y el alcohol en casa; cambió a granos enteros y documentó en un diario todas sus comidas y los pesajes que hacía dos veces a la semana durante los primeros ocho meses.
Establecieron metas que pensaban que podían alcanzar. Ritchie buscaba pesar menos de 90 kilogramos y Moyer quería dormir en la noche.
“Fue como dejar las drogas”, dice Moyer. “Dolores de cabeza. Literalmente temblaba. El primer par de semanas fueron una tortura absoluta”.
Una vez que se ajustaron a los nuevos planes de comida, comenzaron a pensar en ejercitarse. Ambas eran realistas sobre lo que podrían manejar. Empezaron caminando algunas calles.
“Cuando fui por primera vez al gimnasio, solo podía hacer 10 minutos de elíptica”, dice Moyer. “Gradualmente añadí algo a ese tiempo. Luego fui a mi primera clase en grupo, algo de los cual estaba totalmente aterrorizada. Constantemente intentaba impulsarme a hacer algo durante más tiempo o con más fuerza”.
Eventualmente las mujeres corrían y se ejercitaban regularmente en máquinas y en clases. Moyer necesitó bajar 34 kilogramos para dejar de roncar.
Algunos no las apoyaban. Ritchie los llamaba “saboteadores”: amigos con sobrepeso que intentaban tentarla para que comiera “una mordida” de pastel, o la hacían sentir mal por pasar sus mañanas en el gimnasio en lugar de ir a desayunar con ellos.
Durante el primer mes, hablaban por teléfono tres veces al día. En los próximos meses, comentaban los pesajes que hacían dos veces a la semana y se llamaban cuando necesitaban desahogarse o habían descuidado sus dietas. Cuando viajaban para verse, se maravillaban por cuánto peso había perdido la otra.
Ritchie se mudó de nuevo y ahora son vecinas otra vez. Se ejercitan juntas la mayoría de las mañanas, entrenan para carreras, toman clases de Zumba, abdominales, glúteos y entrenamiento con pesas. Más de 127 kilogramos después, aún se llaman cuando recaen.
Moyer está a medio kilogramo de su meta original, de 75 kilogramos, pero intenta bajar a 70. Todavía utiliza su aplicación MyFitnessPal y memorizó la cantidad de calorías para todo lo que come.
Ritchie bajó 50 kilogramos en los primeros 10 meses; actualmente pesa 67 kilos e intenta mantener ese peso con los principios de la Dieta South Beach: no harina enriquecida, pocos carbohidratos, mucha proteína y vegetales.
Ritchie bajó 50 kilogramos en los primeros 10 meses; actualmente pesa 67 kilos e intenta mantener ese peso con los principios de la Dieta South Beach: no harina enriquecida, pocos carbohidratos, mucha proteína y vegetales.
Fuente.- mexico.cnn.com
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